El fundador de IKEA, Feodor Ingvar Kamprad, fotografiado en 2006 en Madrid. |
El comerciante de muebles fundó la cadena en 1943 con el dinero que su padre le había dado a los 17 años por "los buenos resultados que obtuvo en sus estudios". Eligió el nombre uniendo sus iniciales IK con las primeras letras de la granja y el pueblo donde creció. Solo un año después comenzó anunciándose en periódicos locales y utilizando una camioneta de reparto de leche para entregar sus productos. En un principio contaba con proveedores locales, y tras seis años fue capaz de lanzar su primer catálogo (1951). La primera exposición de muebles se abrió en Älmhult (Suecia) en 1953 y la primera tienda, en 1958.
El resto de la trayectoria del grupo ha estado marcada por el crecimiento en ventas y por la cultura de empresa que Kamprad quiso imprimir. Siempre presumió de ser autodidacta y de formarse en el trabajo diario en la calle, en contacto con proveedores y trabajadores. Austero hasta el límite ("No creo que haya una sola prenda de las que me pongo que no haya sido comprada en un mercadillo de segunda mano. Eso significa que quiero dar buen ejemplo", decía), le gustaba pasear por bucólicos bosques, compraba en el supermercado de su pueblo y no le importaba hacerse con productos a punto de caducar. Nunca ocultó, como recuerda el New York Times, su afición al alcohol, que decía tener controlada con tratamientos depurativos varias veces al año. En 1986 dejó la dirección de Ikea para seguir como asesor y en 2013 anunció su decisión de abandonar el consejo de administración, que dejó en manos de uno de sus tres hijos, Mathias Kamprad. Dos años antes había muerto su segunda mujer, Margaretha Sennert, con la que se casó en 1963.
De lo que siempre se arrepintió el fundador del imperio del mueble fue de su pasado como simpatizante del fascismo a través de Nueva Suecia en Movimiento en la década de 1940. Fue en 1994, cuando el el periódico de Estocolmo Expressen descubrió que su nombre figuraba en los archivos de Per Engdahl, un fascista sueco. "Fue el error más estúpido de mi vida", reconoció el fundador de Ikea, argumentando que había sido influido por una abuela alemana y por la visión de una Europa "socialista no comunista". También fue muy criticada su decisión de vivir en Suiza para evitar los elevados impuestos suecos, aunque en 2014 fijó su domicilio en su país después de una reorganización del grupo.
Una de sus obsesiones fue siempre el transmitir a todos y cada uno de los miembros de la empresa los valores de trabajo y servicio al cliente de IKEA. Viajaba en clase turista, conducía un coche sencillo y se alojaba en hoteles económicos. Quizá esa obsesión por el ahorro se acabó proyectando demasiado en su imperio. En diciembre del año pasado, la Comisión Europea dio a conocer una investigación sobre la estrategia que utiliza la multinacional sueca para reducir significativamente el pago de impuestos en Europa. El Ejecutivo comunitario está estudiando dos trajes fiscales a medida que Holanda ofreció a la multinacional y que erosionaban sustancialmente —uno de ellos aún se aplica— los beneficios sujetos a tributación. Un estudio de Los Verdes en el Parlamento Europeo, que propició esta investigación, estima esos supuestos beneficios fiscales en 1.000 millones de euros. Frente a ello, el grupo recuerda que uno de sus principios es "hacer negocios de forma responsable" como única vía "para conseguir un negocio rentable". El grupo pagó, en su último año fiscal, 825 millones de euros a nivel mundial en Impuesto de Sociedades, lo que equivale a un tipo impositivo efectivo del 24,9% (frente al 21,6% de 2016). La declaración de impuestos total, incluyendo otros impuestos y aranceles como los impuestos inmobiliarios, medioambientales y arancelarios ascienden a unos 1.260 millones de euros.
Tributación aparte, en los últimos años, Kamprad no dejó de trabajar incansablemente. Aunque estaba apartado de la línea ejecutiva, se interesaba por todo lo relacionado con Ikea y con sus trabajadores. España recibió su visita en 2006: protagonizó jornadas maratonianas pese a que ya tenía 80 años de edad. Los que lo conocieron recuerdan en especial su carácter: "Escuchaba, era muy cariñoso, se interesaba por todo", resume una empleada.